jueves, diciembre 23, 2010

En el CIELA-Fraguas (Abril, 2012).




Leyendo a Fernando Pessoa


Entrevistando a Salvador Gallardo (el hijo)


Encuentro Regional de Narradores (Zacatecas, noviembre, 2012)


Juan Gelman, Fernando y Greta.

En el Encuentro de Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval.
(Aguascalientes, octubre, 2011)

En la presentación del libro El cuerpo remendado





De izquierda a derecha Leonardo Garvas, editor de Disculpe las Molestias;
Fernando Paredes, coautor del libro;
Patricia Guajardo, editora de la Revista Parteaguas;
en el CIELA-Fraguas, junio 2011.

Encuentro Regional de Escritores (Nayarit, 2008)







Para dar lectura al cuento "Matamoscas" de su libro homónimo, edición agotada.

Fernando y Edna

En la presentación del libro Al diablo Adentro (F. Paredes coautor)
de la editorial Disculpe las Molestias (Distrito Federal, febrero, 2009)

viernes, diciembre 10, 2010

AE




Diviértete, sé feliz
Fotografía: Fernando Paredes - Aguascalientes, México, 2007




Diviértete, sé feliz. A veces quisiera escribir algo en el francés de Rimbaud, decir algo como Michel Platini. Es tan bueno fumar a estas horas. Juega, córtate el pelo. A los niños les sale humo blanco de las orejas y las hormigas trepan arbolitos navideños. Podría decirse que los accidentes nos tienen aquí; que el zodiaco, los fármacos, la tristeza y el subsuelo complotaron para estrellarnos labio con labio, ojo con ojo, pierna con pierna; o podríamos dibujar un gato y morirnos de tedio.

Mejor no; mejor ponte bonita y hazme de cenar. Prepárame un marxista enfrijolado, con tortillas de dialéctica y un choco de Lacan; hay queso capitalista, chiles ejidatarios y un sindicato de legumbres huelguistas que habrá que reprimir. Sé bien que nada sé de Sócrates; que lo mío, lo mío, lo mío, son las puñetas. Pero, oye, juega. Diviértete. Sal a incendiar un árbol, un perro, una ancianita. Llénate las manos con lodo y dibuja tus paleolíticas memorias en la pared junto al baño. Córtate el pelo así como te lo cortas cuando tienes treintaytantos y parece que tienes dieciséis.

Perdón, pero mañana estaré peor: me reiré, giraré la tarde, chuparé una nube, escribiré tres rosas y compraré poesía: Me fui de mi pueblo un día en que mi pueblo cambió de lugar
Yo insisto en esto, en lo necesario, en la soledad. Lo siento, pero no sé construir otra clase de iglús. Los hielos, acá, son chiquitos y sirven para conservar fresca la idiotez. Tú juega, pretende ser una mariposa verde con ojos láser y cantos de soprano. Yo me quedo piedra en mi cuchillo, agua en fondo de charco.

Sé feliz, córtate el pelo, mañana estaré peor. Le dije un día al amor: “Ya no me estés jodiendo, manito. Ando en los puros huesos y me arde la memoria. En serio, campeón, estoy derrotado”. Entonces me volví pluma de almohada, fumé pesadillas interminables, ahogué pollitos en el escusado, violé revistas con dibujos rojos y me suicidé seis veces antes de dormir. No creas que voy a confesarme aquí, es innecesario. Soy transparente como zapato negro guardado en caja de regalo. Lo que quiero decir es esto: Il m’est bien évident que j’ai toujours été race inferieure. Je ne pavis comprendre le révolte. (Es evidente que siempre he sido de raza inferior. No comprendo la rebeldía)…

Bueno, ya hablé like Rimbaud.
Eso es todo. Tú juega.

martes, diciembre 07, 2010

Algún día todos los días serán miércoles

*texto en obra negra permanente






Los miércoles descanso. El resto de la semana me pongo la gorra y los pantalones verde perico y los calcetines y la playera amarilla mango manila, tomo el autobús al trabajo, espero a que don Carmelo llegue con sus quince cabellos despeinados como patas viejas de araña, de Che Araña bailando tango sobre la brillante pista de su cráneo asoleado, salpicado de pecas lunares, y veo cómo, otra vez, se esculca en todas las bolsas buscando el llavero con forma de sirena, el de la llave de la puerta, la cuadradita, la que abre así: cric cric crac. Entonces don Carmelo llega despeinado, sale del auto cargando bolsas con naranjas jitomates cebollas, cilantro limones rábanos, carne de res de cerdo de pollo, llega y tengo que ayudarle con el bolserío y quedarme así, cargando el montón, mientras él busca en su chamarra playera pantalón, en la bolsa donde guarda las facturas, la calculadora, y nada, ahí nunca hay nada más. Don Carmelo comienza a bufar. No está molesto, sólo bufa; porque con tremenda panza, calvo desmañanado y en busca de las llaves sempiternas, las de la sirena de madera que dice Mazatlán, y lo veo y le digo que están pegadas en la cajuela, evidente porque está abierta, siempre está abierta y se puede ver el manojo de llaves colgando con la sirena que baila sobre el acantilado.

Entonces cric cric crac.

Llega la seño Malu cuando ya estoy juntando montoncitos de basura, barriéndolos, y la seño Malu me saluda buenos días, buenos días seño Malu, buenas don Carmelo, buenas, ayúdeme con esto, porque don Carmelo ya puso a hervir el agua, pela papas, despepitó los chiles, pone sal, con sus quince pelos grises danzando como un humito permanente mientras yo echo los montoncitos de basura al recogedor y seño Malu ya se puso el delantal y la cofia verde perico con vivos en mango manila y hace todo lo que don Carmelo hacía pero bien, ella sí le sabe, le queda sabroso. Y así somos tres: don Carmelo es el dueño de Hamburguesas La Curvita, seño Malu es la cocinera y yo soy vicepresidente corporativo de la empresa en funciones de garrotero.

La Curvita se llama así porque se halla justo en el reborde de una curva callejera, ahí está con su fachada verde perico y su interior amarillo mango manila, con sus mesas verdes perico y sus sillas mango manila, con su baño de lavabo verde perico y el retrete mango manila. Ahí está, luego luego se ve, ni modo que no.

Cuando ya no hay montoncitos que juntar dejo la escoba y paso un trapo húmedo por las mesas y sillas, por los cristales de la barra que pronto estarán sudando con el vapor de los guisos de seño Malu, porque lo de las hamburguesas es nomás el gancho, la especialidad, también servimos tortas y gorditas de deshebrada, chicharrón rojo y verde (perico), papas, huevo revuelto, mole, frijoles y arroz; flan napolitano, chongos zamoranos y café, todo caliente y vaporoso, por eso de una vez paso el trapo y don Carmelo abre la caja registradora, quedándose así, sentado sobre su banquito negro, con la panza rozando la caja, hasta que sea hora de cerrar, luego de hacer el corte y buscar a la sirena mazatleca, esta vez encontrándola de inmediato en el cajoncito bajo y seño Malu dice buenas noches, buenas noches seño Malu, porque don Carmelo ya estará dando vuelta a la cuadradita y cerrará así:

Crac cric cic.

En el camión de regreso siempre el arrimadero la cámara de gases el sudor obrero la menstruación secretarial los efluvios estudiantiles los hedores senectos, ni dónde sentarse...

Entonces bajo y camino las cuadras que me faltan dependiendo del hornazo. Camino y llego, entro al cuarto, me quito la gorra la playera los pantalones los calcetines, dejo cáscaras de mango y rastros de perico desplumado por el suelo, me meto a bañar, tallo froto escarbo con minucia sistemática, salgo con toalla sujeta a la cintura, me tiro sobre la cama, busco el control remoto, enciendo la tele, las noticias, agua que escurre del cabello y llega hasta mis labios, bebo, saben a jabón. Nunca sé de qué hablan las noticias; o sí sé pero no comprendo; o sí comprendo pero no entiendo porqué hay que estar informado, tener posturas políticas, saber el precio del dólar, a favor o en contra de cualquier cosa. Luego me quito la toalla, me pongo unas trusas y abro la cajita de porcelana, la cajita china que fue de mi abuela, en la que guardaba nunca he sabido qué, yo nomás la agarré el día en que fui a verla y vi lo que era estar muerto, la tomé de su tocador de luna redonda y estaba vacía blanca y fría, la besé en la frente y guardé la cajita en mi chamarra. Entonces saco una pastilla, una pastilla rosa, me la como, la chupo porque no sabe mal, sabe como a tierra de mina, como a suela de minero, no sabe mal. Me la como y cinco minutos después vuelo.

Están buenas las pastillas éstas. Se las compro a Joaquincito, el hijo pintor de don Carmelo; pintor de pincel y modelo, de los que hacen cuadros y se dicen artistas, el marihuano de Joaquincito. Y no es que yo diga que todos los artistas -sobre todo los pintores- son marihuanos, porque el tipo más marihuano que conozco es dentista, le arregló las muelas a mi papá, pero Joaquincito sí es muy marihuano. Cuando fui a una exposición de las suyas vi que además de marihuano es muy mal pintor. Pero bueno, cada quien. Los que estaban ahí decían que las pinturas estaban conceptualmente ligadas a los movimientos de vanguardia y reflejaban la búsqueda de un lenguaje propio sin abandonar los lineamientos de los clásicos buceadores del alma humana o algo así decían, pero creo que también eran puros mariguanos o tal vez ya todos habían masticado pastillas rosas de las que vende Joaquincito y soltaban palabras sin pensar realmente en lo que decían y así decían todo aquello que yo nomás no atinaba dónde o cómo o cuándo o qué. Así que me comí mi primera pastilla en aquella exposición, Joaquincito me la ofreció y me echó un sermón acerca de las cualidades creativas y recreativas de tan singular chocho; me lo comí y vi los cuadros más feos de mi vida.

Al otro día Joaquincito ya no me las quiso regalar, me dijo que costaban cien varos cada una, mi chavo.

Entonces abro mi cajita y chupo. Tengo un disco que me gusta para cuando las pastillas rosas, uno con carátula completamente blanca, treinta canciones, uno de los Beatles, el que trae la de Long, long, long. Escucho esa canción mientras la pastilla se granula en mi boca, húmedo todavía, la sábana pegada en la espalda y siento como los dedos se van tapizando de arrugas, manos y pies, y me gusta sentir cómo se pone pesada mi cabeza y el aire y los huesos y los ojos ya no ven lo que deberían porque para entonces los ojos ven hacia dentro, al lado equivocado, poniéndome a pensar en lo que siento, porque no se puede estar así a todas horas, con una pastilla rosa en la sangre, y es una lástima mientras el día avanza con el uniforme las mesas los montoncitos de basura que se acumulan silenciosa y continuamente, sin tiempo para sentir lo que se piensa, ni para estar en trusas ni tirarse a escuchar long long long, ni tiempo ni ganas, porque uno no tiene ganas de levantarse de jueves a martes y el mango perico y el camión trepado y don Carmelo buscando una sirena y buenos días seño Malu y dar trapazos recoger platos trapear lo caído y hacer cuentas con los dedos recibir las quejas y a veces nomás estar ahí con cara de menso, ni siquiera montoncitos que juntar, ni un papelito ni un cliente y sus cinco pesos de propina. ¿Cómo alguien va a atener ganas de eso?

Entonces me pongo a pensar cómo es que todavía ando uniformándome y atendiendo mesas, cómo es que no he podido salir de esto, porque, veamos, no es que esté mal lo de ser mesero, se gana bien, normal; pero está malo eso de ser mesero cuando se puede ser cualquier otra cosa; digo, yo podría ser pintor como Joaquincito, y tal vez yo sería mejor pintor porque Joaquincito no hace más eso que luego dicen no sé qué no sé cuánto los otros comedores de pastillas, artistas todos, y yo no tengo amigos de esos que cuando ven un cuadro mal pintado, feo, mal hecho, digan que se puede percibir un halo de pureza en la líneas y una asombrosa profundidad expresiva en la composición. Entonces yo pintaría cosas que la gente comprendería sin que la gente tenga que ser greñuda y paranoica llena de neurosis, atragantada de libelos y libracos y libros, drogada y vanguardista, enfundada en lentes y bufandas, hablando sin pensar en lo que dicen.

Termino de secarme sin darme cuenta. Me quedo dormido, me voy y no vuelvo hasta la mañana siguiente. A veces es miércoles, pero casi nunca.

Seño Malu platica torteando que el sábado son los quince años de su hija, nos dice que estamos invitados, gracias seño Malu, gracias, y llega Joaquincito con lentes negros para pintar una sirena en la pared del fondo y también es invitado, pregunta si puede llevar a unos amigos, don Carmelo bufa y que no importa dice seño Malu. Yo me río porque los amigos de Joaquincito encontrarán que el ambiente kitsch de una fiesta popular es indisoluble al baile del venado mientras brindamos con los desconocidos que acabamos de conocer y ahí estaremos seño Malu, ebrios y felices de que su niña llegue al fin a la edad de las madres solteras las suicidas en potencia y los llantos encerrados.

¿Usted va a cocinar, seño Malu?
Claro, pozole.

Pozole el que me comí anoche dice Joaquincito desarrugando su boceto, mostrándoselo a don Carmelo quien bufa de nuevo y puedo ver que no le gusta lo que ve, reflejado en los lentes oscuros de Joaquincito que sonríe y le hace marcas con un lápiz al boceto por aquí y por allá, diciéndole a su padre que los colores son los indicados para aprovechar al máximo la luz natural que se filtra en La Curvita, logrando así un claroscuro perfecto en los meses en que el sol cae perpendicular por la ventana del fondo y don Carmelo, mazatleco de cepa, nomás no agarra la onda, no sabe dónde está la sirena que pidió, no la encuentra, pregunta ¿Dónde está?, y me asomo para ver si puedo decirle por dónde, darle pistas, pero me asomo y tampoco doy con la sirena, cuestiono ¿Dónde anda?, las sirenas no andan responde Joaquincito que se basó en el mito heleno y que él no pinta sirenitas disneylandizadas ni forma parte de las nuevas promesas del arte nacional para ponerse a dibujar tatuajes de marineros trasnochados en las paredes de cualquier lonchería. Eso sí que no, re bufa don Carmelo que por más lonchería que sea le da de comer al marihuano de su hijo y los marihuanos, es bien sabido, tragan como cosacos, y que si no pinta una sirena con todas las de la ley nomás no pinta nada, que vaya buscando trabajo porque ya se acababa su tiempo de gracia y Joaquincito se pone serio, agacha el cogote y explica que su obra quiere interpretar el canto de las sirenas, el sentir de un ente mitológico al momento hacer manifiesta toda su magia y no nomás pintar una vieja con cola de pescado tetona y sonrientota, que le diera chance de expresarse, y seño Malu se asoma para ver el boceto y pregunta ¿No iba a ser una sirena?

Entonces llega Joaquincito para pintar una sirena en la pared del fondo. Le pregunto si trae pastillas rosas que vender y sí, sí trae, dame dos y me cuenta que ayer se acostó con una gorda que conoció en la presentación de un libro, que terminaron en su casa, que nunca más la volverá a ver, porque imagínate, dice Joaquincito que me lo imagine con una más gorda que su madre y pienso en la madre que está hecha una puerca y me lo imagino y él dice ¡Imagínate!, pozole el que me comí anoche.

Así que pinta una sirena o no pinta nada. Yo ya no le sigo porque llega gente, se sientan, leen la carta, los precios, piden anoto dejo la nota verde en la barra de guisados, recibo lo que pido, doy lo que ordenaron, espero a que pidan más o pidan la nota amarilla, los palillos y ahí voy perico-manila, esperando a que don Carmelo ponga monedas en el cambio, de las que hacen bulto o estorban al momento de caminar y mejor se las damos al chavo, al mesero, su propina, a sus órdenes.


Así son los días (menos los miércoles), todos los días, para que luego me vengan con eso de "sorpresas te da la vida" y ni pasa nada ni cambia nada y todos los días igual.

A veces, cuando la llave hace cric cric crac me voy a la cantina de Charly, pido una cerveza y le platico a Charly que los días no cambian, que nunca sucede algo interesante, pero que a él no le importa, dice Charly que está viendo un partido de futbol y lo demás puede irse al carajo. Agradezco la existencia de tipos como Charly a los que les da lo mismo si eres o te haces, si jodes o te joden, feliz o desgraciado, porque desde su trinchera espirituosa ha visto pasar al mundo del llanto a la carcajada y viceversa en cuestión de tres copas y un plato de cacahuates y sabe que no hay nada que alguien pueda hacer por alguien, sordos gritones, todos van a parar al mismo hoyo. Así que con Charly tampoco pasa nada, lo mismo de siempre, una cerveza y ya. Eso es todo.

Entonces no me quejo, no me ayudaría en nada que sorpresas me diera la vida porque están aquellos que quieren ser sorprendidos siempre hasta que el asombro se les hace rutinario y después se sorprenden de todo lo que dejaron pasar por andar de exploradores del espectáculo eterno y acaban asombrados de al final no encontrar nada, esos pobres.

Por eso no me atribula mi padre con aquello de qué harás con la vida, poniendo como ejemplo al dentista de mi edad, la dentista que fue mi compañero en la secundaria, el que le arregló las muelas para que dejara de mascar como ratón, el dentista más marihuano que conozco. Mi padre al que sólo veo los miércoles cuando voy a comer a su casa que también es mi casa pero que ya no siento como mía y siempre la sopa de fideos el agua de limón y la carne asada. Lo escucho quejarse de que desde que murió tu madre todo sabe a tierra y pienso que mi padre no sabe que las pastillas rosas saben a tierra, que con ellas podría ponerse a pensar tranquilamente en su tristeza y se daría cuenta de que no hay tristeza que valga la pena. He pensado en pulverizar pastillas y ponérselas en la sopa de fideos en el agua de limón o como sazonador de carnes y ver cómo mi padre se dice a sí mismo que, a fin de cuentas, la tierra no sabe mal.

A Álvaro el dentista y a Joaquincito el pintor los conozco desde la secundaria. En esos entonces de salón, lista y tareas no eran Álvaro y Joaquincito sino El Jujuy y el Bugui. Llegaba el Jujuy todos los días en motocicleta escupiendo humo en la entrada de la escuela, sin casco, rocanrolero, y los padres de familia se quejaban en la dirección del motociclista ese que se les metía a lo bruto, que cómo era posible que un muchacho, que quiénes eran sus padres, que sólo conocían a la madre por divorciados y que con razón y que con razón qué preguntaba el Bugui y el Jujuy le decía que qué onda con su cabeza, que si era idiota o qué y el Bugui le pedía la moto, un ratito nomás, doy una vuelta a la cuadra y ya, y el Jujuy decía estás medio abortado, eso es, no se formó bien tu cerebro, nomás el cascarón, y el Bugui entonces qué, nomás un ratito, no me tardo, y el Jujuy le golpeaba con los nudillos en el cráneo, toc toc, y decía que el puro cascarón.

Yo nunca vi al Bugui montado en la moto del Jujuy, quién sabe. Y más bien era que el Jujuy traía de encargo al Bugui, porque el Bugui no era idiota, nomás quería la moto un ratito, porque leía y leía y el Jujuy decía que estaba tarado de tanto leer, de tantas letritas, que de qué le servía si a la hora de los exámenes puros ceros se sacaba, cosa cierta porque el Bugui era famoso por asno en las calificaciones, lo único que hacía en clases era dibujar y dibujar a todos los alumnos a los maestros y nadie sabía dónde estaba el parecido de los dibujos con lo que supuestamente retrataban y mira acá está la narizota o mira acá está la papada o si te fijas esos son los dientes o por acá se ven las orejas y no había quien diera con todos esos detalles para adivinar de quién se trataba y el Jujuy decía que el Bugui era sietemesino hijo de hermanos gemelos.

Entonces me juntaba con ellos, porque a pesar de todo eran inseparables, uña y mugre, taco y salsa, nariz y moco, perro y pulga. Nos íbamos a jugar futbol y el Jujuy era malísimo y el Bugui la movía bien, y ahí sí que el Jujuy no decía nada de la genealogía del Bugui porque tremendos zapatazos chanfleados directos al ángulo desde fuera del área grande, pero el Jujuy fingía demencia y decía que ese Bugui había aprendido a tirar así porque él le había dicho cómo acomodar el pie de apoyo para que el empeine embonara parejito en la parte media-baja del balón, que así cualquiera, y entonces por qué tú no Jujuy, por qué eres tan matalote para el fut, ah, decía el Jujuy, es que a mí lo que me gusta es el basket.


¡Ja!, yo aquí dice y dice cosas y no digo todavía cómo me llamo, no doy datos concretos, no saben quién les platica esto y lo otro, como voz en la radio de quién sabe quién y esos que escuchan le ponen atención sin saber nada de nada y la voz se confiesa en una receta de cocina o en queja pública o en lo que depara el destino de los géminis, y yo les digo entonces que me llamo Claudio, aunque no me llamo Claudio, pero todos me dicen Claudio desde que Joaquincito Bugui y Álvaro Jujuy, porque dicen que hablaba en tirolés como el Gallo Claudio, el de los lunis, todavía hablo así, y la gente que ahora me saluda (¡Hola Claudio!) no sabe que no llamo así, que lo de Claudio es sólo un apodo y está bien, mejor, así nadie sabe nada y paso como Claudio por la vida, como por su casa, y ni quién diga que ese no se llama Claudio, ese es Reinaldo, el hijo de don Ray, el de telas El Rey.

Sólo los miércoles soy otra vez Reinaldo. Mi padre dice: Reinaldo pásame la sal, Reinaldo pásame el periódico, Reinaldo ¿qué va a ser de tu vida?, pero la falta de costumbre hace que Claudio no sepa bien de qué le habla y le apaga la estufa y le pasa la sal y dice que no sabe dónde quedó la sección deportiva, dejando las cosas así, con Reinaldo con su padre con la casa, y Claudio en paz, siendo quien debe cuando debe. Porque no esperen que les cuente aquí el dónde nací el cómo crecí el tengo esto y quiero aquello. Sólo digo que me llamo Claudio para que sepan que sí tengo nombre, hasta dos, y que me gusta pasar como Claudio por la vida, aunque por la vida no pase nada.


Sábado, entonces. En la pared del fondo se ha comenzado a formar una bahía, se ven los azules de un mar idílico, siluetas de palmeras y gaviotas, Joaquincito se quedó sin trabajo; el rotulador se llama Fulgencio y maneja la brocha gorda y la pistola de aire y ni sabe nada de Klimt, ni de Klee, ni de Miró y ese sí sabe lo que es una sirena, agarró la onda rápido, escuchó los deseos pictóricos de don Carmelo y pa pronto le dibujó una rubia con cola verde, chapeteada, boca roja, pezón rosado, cinturita, recargada sobre una roca con estrellitas marinas y conchitas nacaradas, y usted sí sabe Fulgencio, eso quiero. Y Joaquincito disimula no darse cuenta de tremendo mural costeño y llega a La Curvita con tres comedores de pastillas rosas, dos del sexo femenino y uno del sexo indefinido, y Joaquincito sirve cuatro tazas de café de olla, de café con canela y piloncillo, y los cuatro hablan de las capacidades expresivas de la informática llevada al campo del arte conceptual y fuman Delicados. Así que seño Malu se va, allá nos espera, deja todo hecho, tiene que ir al banco a sacar un dinerito, y ándele pues seño Malu, allá estaremos, gracias, gracias, gracias. Un dinerito para la fiesta, el ahorro de muchas hamburguesas, el dinero guardado para que Angélica baile el vals, se ponga su vestido, la carguen los pajes, salga retratada en el periódico, brinden por ella y todos contentos, ándele pues seño Malu. Entonces me fijo en una de las acompañantes de Joaquincito, una que habla y habla, y fuma y fuma, y me fijo en sus piernas, buenas piernas, piernudota y se me hace que es de las que no se limpian después de ir al baño, y eso nadie lo sabe, o quién sabe, a lo mejor Joaquincito sabe, porque no creo que el otro sepa, y sería bueno saber si la piernudota va a ir a la fiesta y entonces le hablo a Joaquincito y le pregunto que si trae pastillas y que no, no trae, no importa, y que si la piernudota va ir a la fiesta, y que sí, sí va, bueno, cómo se llama?, Patricia, bueno, se limpia después de ir al baño?, que quién sabe, dice Joaquincito que la acaba de conocer, que la suya es la otra y que esa otra vino con la suya, ah bueno, entonces nada más quería saber. Y Fulgencio platica entre brochazo y brochazo con don Carmelo, le dice que él es de Tamaulipas y que las sirenas las pinta desde que tenía tres años de edad, y don Carmelo le platica que a los tres años de edad él ya andaba en barcos camaroneros, y Fulgencio dice que se vino para acá porque por allá la chamba está muy mal pagada, y don Carmelo dice que se vino para acá porque su mujer es de acá, que quiere regresar a Mazatlán pero no sabe qué esperar: si cumplir los sesenta o la muerte de su mujer, porque su mujer nomás no se muere, se enferma de todo, a cada rato, pero no se muere. Hipocondríaca. Que dice su mujer que el aire de la costa la pone mal, que el olor a pescado la enferma, que con ese sol nadie puede vivir, y Fulgencio pinta el aire de la costa, pescados saltarines entre las olas y un sol amarillo caliente, y sí, eso es lo que quiero, dice don Carmelo.

Yo con pantalones verde perico y camisa amarillo mango manila tal vez no tenga oportunidad de acercarme a la piernudota, sí tengo, pero sólo para ver si quiere más café, para cambiar el cenicero, para echarle un ojo desde una perspectiva panorámica a su escote, que no hay mucho que enseñe su escote, pero yo me conformo, no soy exigente, y con el uniforme no se puede hacer más, todo es cuestión de ponerme el traje, aunque la piernudota no es de las que salen con trajeados, eso parece, parece que ella diseña su ropa, su ropa de colores brillantes que está arrugada, que así es como las artistas andan, las artistas de a de veras, las que no se preocupan por cómo se ven sino lo que expresan con su ropa, y yo ya me sé todo eso de la facha intelectual y reviso en mi mochila y me aseguro de que haya pastillas rosas y ahí tengo mi pase, mi atajo hacia la avenida carnosa de esas piernas, Patricia se llama y habla y habla y fuma y fuma, y Joaquincito ya le dijo algo, estoy seguro, porque Patricia voltea hacia mi con disgusto, con burla, con sorna, y no importa, todo es cuestión de trajearme y darle pastillas rosas.

Sábado, entonces le pregunto a don Carmelo que si mañana abrimos La Curvita, que claro, dice que los domingos se vende muy bien, que si, pero que mañana todos estaremos muy cansados, muy desvelados, muy crudos, le digo, y que eso no tiene que ver, dice don Carmelo, que negocios son negocios, y yo ya pienso en faltar mañana, a ver qué pasa. Pero no pasará nada, me correrá, me dará tres días de salario y me dirá adiós Claudio, y quién sabe, a mi no me molestaría no volverme a vestir de verde y amarillo, no volver a encontrar las llaves, no volver a subirme a un camión repleto de hedores asalariados, no volver. Se me antoja ponerme muy borracho, muy empastillado, muy querendón, hocicón, bailador y todo lo que tenga que ser, me despido mentalmente del changarro, de los guisos de seño Malu, de las mesas verdes perico y las sillas mango manila, de las tortillas hechas a mano, de las tardes en que no hay más que hacer que no hacer nada, de la sirena que aun no llega a su puesto en la pared, a su roca, a su pedazo de arrecife, se puede ir al carajo, la pueden pescar los japoneses y rebanarle en lonjas la cola y venderla en salmuera como producto afrodisíaco. ¿Qué harás con tu vida, Reinaldo?, preguntará mi papá cuando le pase la sal, pero ¿qué se puede hacer con la vida?, nos hace y deshace y nos vuelve a formar, a formar en la cola del cine, en la cola de pagos, en la cola de las tortillas, en la cola del perro aburrimiento que ladra y no muerde, que se pierde en las calles y recibe patadas de niños futbolistas, no, no haré nada con mi vida, hoy voy a emborracharme.

Y llega seño Malu toda llorosa, toda moqueada, toda temblor, toda deshecha y don Carmelo dice qué pasó seño Malu, y yo qué pasó seño Malu toda sufriente, gimiente, que la acaban de robar, que sacó su dinerito salió del banco llegaron dos, un señor y una señora, le dijeron no se qué de un premio que tenían que cobrar, que allí tenían el boleto ganador, que se lo dejaban como garantía, además de un fajo de billetes, que ese fajo ella lo vio clarito y vio clarito cómo el señor lo envolvió en un pañuelo, un fajo grande, y que ella les dio su dinerito, porque ellos dijeron que sólo lo necesitaban para sacar un cheque, que tomara el fajo y el boleto y seño Malu dijo bueno, nomás córranle, porque tengo los quince años de mi hija y que ahí se quedó con el boleto y el pañuelo y que aquellos otros no llegaron y que entonces abrió el pañuelo, y nada, sólo papelitos blancos, papelitos sin chiste, y de su dinerito nada, ni un cinco ni un clavo ni un tostón nada de nada, que le dijo a un policía, que el policía dijo que ella tenía la culpa, que cómo eran aquellos, y que así y asá, ponga su demanda, vaya a la procuraduría, y no tengo ni un peso, dijo seño Malu que el policía dijo que ni modo, que buscara alguien que la ayudara, y don Carmelo ya cálmese seño Malu, todo va a salir bien, ¿cuánto le robaron?, Ochenta y cinco mil pesos, y don Carmelo dice ah caray, es mucho, a poco todo eso era para la fiesta de su hija, y seño Malu dice que no, que también era dinero para otras cosas, ochenta y cinco mil pesos, y don Carmelo piensa en cómo haría seño Malu para tener tanto dinero guardado, y todos nos quedamos mudos, nos quedamos sin fiesta. Pobre seño Malu, pobre Angélica, pobres, pobres, ni tanto.

Así que se fueron, acompáñanos Fulgencio dijo don Carmelo que arrancó con seño Malu para poner la demanda, para poner el grito en el cielo, para dar por perdido lo perdido, porque, seamos realistas, esos dos que robaron ya no aparecerán, ya nomás no, así que cierras el negocio, te lo encargo Claudio, no dejes que Joaquincito se acerque a la caja y adiós papá, dice Joaquincito que si nomás hay eso en la caja, que dónde está lo de la caja chica, ah ya lo vi, entonces qué mi Claudio, dónde venden cerveza por aquí cerca, pues con Charly, ah de veras, traite unas seis ¿no?, ¿traite?, le digo, no me digas, ve tú, yo aquí te espero mi Bugui, no me digas Bugui dice Joaquincito, que eso ya fue, que ya no le gusta que el digan así, que ya sé, que ya me dijo, y sí, ya sé, ya me dijiste, entonces qué, qué de qué Joaquincito, vas o no vas, dice, no pues no voy, digo, por qué mejor no vamos todos para allá, propongo, vamos todos con Charly, al cabo a él no le importa, que para eso tiene una cantina, y órale pues, dice Joaquincito allá te esperamos, barres y acomodas todo antes de cerrar, lo dice viendo a Patricia y cálmate mi Bugui, que al cabo ya no voy a venir acá, en todo caso nomás me cambio de ropa y sanseacabó.

Entonces se van con Charly y después de cambiarme me como una pastilla rosa y saco el llavero de la sirena y cierro así cric-cric-crac.

Que no le dijera Bugui, dice Joaquincito que Patricia acaba de llegar de Antofagasta, que ella es de allá, dónde queda eso, en Chile dice, ah, y qué andas haciendo por acá, vino hace unos meses como curadora de una exposición de pintores chilenos, que si no fui a verla, no, no fui, ni enterado, ah, bueno, dice Patricia, vine hace unos meses para eso y me ofrecieron dar clases de curaduría aquí en la casa de la cultura, sabes dónde?, me pregunta y que sí, eso sí sé, ah bueno, pues ahí, que si me gusta la pintura, de quién, le pregunto, en general, dice Patricia que si me gusta la pintura en general, y bueno yo podría ser pintor, Joaquincito ríe, claro, dice, todos podemos ser pintores, sí, le respondo, pero no todos pueden pintar sirenas, y Joaquincito ya no ríe. Entonces Patricia es de Antofagasta, eso está en Chile, entonces es chilena, una chilenita. Lo que me gusta de las pastillas es que uno comienza a asociar los términos, los adjetivos, las situaciones, una extraña relación en todo con todo y así como de niño, en los campos de fut, nunca me salió una chilenita, ahora una chilenita me sale con que si no me gusta la pintura, porque ella dará clases y bueno, ya renuncié a La Curvita. Así que, Charly, sírvete otra ronda.

Me fijo en la acompañante de Joaquincito, en el otro acompañante y me doy cuenta de que esto ya lo había hecho antes, ya había estado aquí, con estas mismas personas yo ya hice esto que ahora estoy haciendo, escuchando lo mismo, diciendo lo mismo, sentado en el mismo lugar, observando como hipnotizado ese mismo par de piernas que llegaban hasta Sudamérica, oliendo el mismo perfume que de alguna forma brota a su alrededor. Esto ya lo viví, porque cuando Charly llega con otra ronda de cervezas, sé que Joaquincito le dirá que le encarga la cuenta y yo preguntaré que a dónde iremos y la pareja de Joaquincito dirá que iremos a su casa, a la de ella, y el otro acompañante preguntará por un tal Gilberto, que si también irá Gilberto, y que cuál Gilberto preguntará la chilenita, el que te platiqué, dirá el acompañante que espera al Gilberto que le platicó, y yo digo que si ese Gilberto quiere algo con la de Antofagasta que mejor ni vaya, y Patricia dice cálmate, yo a ti ni te conozco, y tendrá razón, pero es que hay cosas en las que uno como que presiente que le irá bien ¿no?, y Joaquincito dice que ese Gilberto es escultor, pero que en sus últimos trabajos se ha ido más por los caminos de la instalación, con una propuesta minimalista sardónica, y ya decía yo, digo yo, ya decía yo que ese Gilberto nomás no me cae bien, y entonces entrará alguien más a la cantina, alguien que se dirige a nuestra mesa, alguien que nos saluda, pero no es Gilberto el esperado, no es el escultor post modernista, no exhibe sus empastillados conceptos en la primer galería que se deje, este no es así, este lo conozco desde hace tiempo, este es dentista, Álvaro, al que le decíamos el Jujuy. Entonces Joaquincito le pide la cuenta a Charly y sucede todo lo que acabo de platicar.

Álvaro se ve bien, está cachetón, con los dedos estrangulados con anillos, quihúbole mi Bugui, que pasó mi Claudio, hola señoritas, que tal caballero, hace tiempo que no los veía, qué andan haciendo, a poco sigues pintando tus jaquecas al óleo, a poco sigues de mesero, no les digo, yo siempre supe que al Bugui se lo iba a cargar la tiznada, pero a ti Claudio yo te veía en la tienda de tu papá y mira nomás, a ver cantinero, traiga una botella de brandy, salud por ustedes, por las señoritas y también por el caballero. Oye Jujuy, dice el Bugui que ya no se le puede decir Bugui, que eso ya pasó, que él es Joaquincito, oye Claudio, a mi tampoco me gusta que me digas Jujuy, dice Álvaro, úquela, puro adulto contemporáneo, digo yo, y que no es cierto dice carcajeante el Jujuy, que le importa un bledo cómo le digan, que si al Bugui ya no le gusta que le digan Bugui es porque al Bugui ya se le subió eso de ser... ¿pues qué eres mi Bugui?, ya dime la verdad, sincérate, cuéntame, a ver, ¿ya por fin vendiste tu primer cuadro?, y Joaquincito dice que con qué cree el Jujuy que está pagando lo de todos los presentes, con lo de la caja chica, digo que con el dinero de La Curvita y entonces sí que el Bugui me quiere patear como balón de los que pateaba tan bien, chanfleados y al ángulo, porque su pareja, la chilenita y el otro no han podido contener la risa.

Y sí, sigo de mesero, ya no, acabo de renunciar, tú sabes Jujuy, de acá para allá, lo mismo siempre, y tú siempre con lo de lo mismo siempre, dice Álvaro que yo siempre con lo mismo, pero que está bien, que a él qué le importa, y eso digo yo, digo yo al Jujuy, entonces te presento a Patricia, hola Patricia, mucho gusto, y a ellos que te los presente Joaquincito, porque ni yo sé cómo se llaman, pues ella es Camila, dice el Bugui, este es Pedro, hola Pedro, y bueno qué tienen pensado hacer después de estar aquí, dice Camila que estábamos a punto de irnos a su casa, que Álvaro puede acompañarnos si quiere, sí quiere, pues vayámonos retirando, me llevo la botella.

Yo sigo con las piernas de Patricia y Gilberto no aparece, la casa de Camila es un dechado de artísticas concepciones, nos sentamos en una sala con sillones en forma de animales, Patricia en una gallina, Álvaro en un perro, Joaquincito comparte asiento con Camila sobre un pez de escamas de algodón y yo sobre un puerco y Pedro se queda sin asiento, traite una silla de la cocina, de una vez traite los vasos y hielo, no te preocupes, Gilberto no ha de tardar. Y que por qué tanta urgencia por ese Gilberto, pregunto yo, y que porque es su pareja, dice Camila que Gilberto es la pareja de Pedro, ah, con razón. Oye chilenita, así que curadora ¿eh?, eso mismo, ¿y tú no pintas?, sí, claro, pero sólo por relajación, me relaja, me pone en blanco la mente mientras pongo color en la tela, me cura, una curadora curada, le digo que si cree que yo podría entrar a sus clases, y Antofagasta dice que sí, por supuesto, y que si también podría entrar en su ropa, le pregunto y ella me dice que claro, que tiene muchos amigos gays a los que les presta de vez en cuando su ropa, y no no no, digo que si crees que podré meter mano bajo tu ropa y oye, dice Patricia que con respeto nos podremos entender mejor y está bien, ¿te gustan las pastillas rosas?, ¿qué cosa?, pregunta, las pastillas rosas, digo, ¿las que saben a tierra?, pregunta, esas mismas, bueno, hace tiempo que no como de esas, estoy en tiempos de claridad coherencia y eso para qué sirve, pregunto, y ella dice que sirve para dejar que el mundo haga ver sus maravillas sin velos soporíferos que se interpongan. Así dice Patricia, mientras el Bugui algo muerde cerca de los oídos de Camila y el Jujuy bebe y pregunta que si puede poner algo de música y dice Camila que puede poner lo que quiera en el stereo, el pobre Pedro espera a su Gilberto, ya le hablé, dice, como cinco veces, nadie me contesta ni en su casa ni por su celular, algo le pasó, estoy seguro, él no es así, siempre me llama, ¡ay!, ¿qué le habrá pasado?, y el Jujuy pone música electrónica.

Oye Pedro, no te apures, dice el Bugui. Sí, Pedro, no te apures, dice Patricia. Claro, Pedro, no hay pedo, digo yo, y Álvaro le pregunta que cuanto llevan de pareja y que siete meses, ah, dice Álvaro, no es mucho, y tú qué haces Pedro, pregunto, soy contador, dice que es contador de una fábrica de tamales, ¿de tamales?, pregunta el Jujuy, sí, de tamales, ¿Qué son tamales?, pregunta Patricia, son bolos de masa de maíz rellenos con distintos guisos envueltos en hojas de plátano o maíz también, ¿se comen?, comienzo a pensar que la chilena es medio estúpida, y sí, se comen, ¿a poco hay fábrica de tamales?, pregunta Joaquincito, y que claro que hay fábrica, si no dónde trabajo entonces, dice un Pedro molesto, ya hombre, ya, tómate un brandy, dice Jujuy, y está bien, me lo tomo. Salud.

Trust



Revienta tu cara de alegría y George Bush aparece en la tele para decir algo completamente idiota. No le hacemos caso; la carne en el horno ya despide su fantasma de sabor y la anécdota de los perros siberianos se acerca a su final.
Una carcajada más. Otra.
Creo que nunca he visto ojos como los tuyos; creo que no había visto nada hasta encontrarme con tus ojos; creo. Tus pies son feos, romos, duros, amarillos. Me gustan.

Pasamos al comedor y me siento a verte servir la cena. ¿De dónde vienes? ¿Qué comen en ese planeta? ¿Es carne de res? Pink Floyd no es lo mismo sin Waters, pero funciona. La gata se frota contra mi pierna mientras, no sé porqué, pienso en tu marido. ¿Tanta confianza te tiene? Qué bien estaría quitarte la ropa. Yo no podría irme así, dejarte sola, hablarte por teléfono para saber cómo te va. Yo te amarraría a mi brazo izquierdo y te haría firmar con sangre un acuerdo post mortem para que nos pudriéramos juntos.

¿Cómo está él?, te pregunto y dices que bien; que todo bien. Todo.

Claro, somos amigos. Pero, sabes, los hombres no somos amigos de las mujeres. Al menos yo no puedo dejar de pensar en cómo te verías dormida a mi lado; en cómo despertarías, estirándote un poco, metiendo un brazo bajo la almohada. Soy tu amigo, claro, pero no puedo dejar de pensar.

Vino tinto, sal, pan y jitomate. La noche en las ventanas, los mosquitos, y te escucho nuevamente contar algo acerca de tu vida peregrina. El mundo es pequeño en tu memoria. Lo mismo da un callejón parisino que una iglesia oaxaqueña; una luna neoyorquina o una estepa africana; un novio vikingo a otro cumbanchero. ¿Para qué viajar teniéndote a ti? Hasta ahora me conformaba con libros; pero ya ni eso necesito. Estaba equivocado: la vida comenzó en tus labios... ¿a qué sabrán?

Quizá es sólo que me gusta aferrarme a lo improbable. Siempre he sido así, un tonto muy estúpido. De niño me enamoré de varias de las mamás de mis amigos y nunca supe decirle a mi tía lo mucho que me gustaba. Aun ahora no sé cómo hacerlo. A veces me da por sincerarme y lo echo todo a perder. He aprendido a ser paciente, a dejar que el anzuelo flote sin carnada: cuando el pez tiene hambre, eso es lo de menos.

Hay movimientos, sabes, que no deberían ser controlados; dejarlos ser, hacer, llegar. Lucho contra mi cuello, contra los músculos y huesos que llevarían mi rostro cerca del tuyo. Me sostengo del cuchillo y el tenedor para no saltar hasta tu cuerpo. Tontísimo, imbécil registrado en la lista de incurables, me arrepiento de no hacer algo de lo que después pueda arrepentirme.

Terminamos, encendemos un cigarro, tomamos una copa más. Salud por ti, por lo bueno que es conocerte, oírte, tocarte por segundos. En verdad no entiendo tanta confianza. Seamos sinceros: eres hermosa. Seamos conscientes: eres hermosa. Seamos dos personas adultas, bien definidas, cuidadosas, respetuosas: eres hermosa. Yo no podría dejarte a merced del pensamiento que germina en la distancia; sería el tirano de tus ganas, tus días, tu respiración; sería un perro guardián, un radar atómico, un soldado en guardia eterna contra el siempre probable invasor detrás de las cortinas, bajo la cama, en la cocina, reflejado en el retrovisor.

Por eso no inicio, no propongo. Soy adicto y te fumaría hasta morir, en un ataque de espasmos guturales y sangre intestina, terriblemente asustado.

De alguna forma, la luz de la lámpara hace de tu cabello un paisaje, un campo sembrado de trigo y cebada; o la tersa pelambre de un felino recostado al sol. No hay arte después de ti, sólo un Dios eternamente contento.

Y después de tus labios, tus pies y tu cabello; más allá de ese mismo Dios, te esperaría sentado a que terminaras de arreglarte un poco, te escucharía andar sobre la alfombra y eructar de vez en cuando, te llevaría flores, cazaría jabalíes, mataría a todos y cada uno de los mosquitos que se atrevieran a rozarte, detendría tormentas, las traería de vuelta, compraría los hijos que no pudiera darte, los colores que soñaste anoche, la vida que extrañas los domingos por la mañana, cuando, sola y pequeña, aromas de montañas boscosas se cuelan a tu sala y tus ojos comienzan a irritarse, tus labios a temblar, tus pies a encogerse y tu cabello a crecer. Todo con tal de seguir hundido bajo el caribe de tu mirada.

¿Qué significa cursi?, preguntas con tu acento de turista.
Pues... ¿cómo se dice en inglés?... déjame recordar.
¿Es malo?
No. De hecho es inevitable.

Mientras trato de recordar la palabra, veo nuevamente tus pies y de repente caigo en la cuenta de que tu marido no confía en ti. Es peor aún: tú confías en él. Así no tiene caso.

Cheezy, digo, se dice cheezy.
Ah... eso.
No, bueno... Es que el inglés no es romántico.

Acá Flotantes



bien.

acá flotantes hay como tres millones de pájaros, bolsas vacías, papelitos sucios y cacas caninas.

éstas últimas, claro, no flotan enteras, sino que tiene que pasar la estación veraniega, el sol carcoma, para que se conviertan en finísimo polvo dorado y se mezclen con los átomos del viento.


según datos aportados por comisiones de medio ambiente, todos inhalamos veintitrés kilos de mierda al año. Si a eso juntamos los cuatro kilos diarios que (des)cargamos al día, llegamos a la pasmosa suma de un mundo barnizado con heces.


pero los flotantes, se me olvidaba...
sí, acá también se ven OVNIS entre agosto y diciembre, en las inmediaciones de la sierra madre, atrasito de una loma.
es bonito el espectáculo.
el que más me gusta es uno verde con forma de gato que siempre deja un aroma a tacos cuando se va.

y no se me olvidan los globos, las almas santas y los aviones comerciales.

ni los sueños que andan buscando durmientes para encarrilar sus historias de color pescado con ojos de niña rencorosa. O esos otros con las patitas flacas y el estómago cargado de sonidos minerales. O esos de celofán naranja que giran cada vez más alto al momento de introducirse a las arterias del sopor.


flotantes, flotantes,
como cinco narcotraficantes con jet privado.


y los suicidas, caramba, casi se me olvidan. Al año serán como unos sesenta y cinco que flotan un poquito antes de estrellarse contra el suelo.

lo más raro que he visto flotar ha sido un tomo del Quijote. No una hoja, ni dos o tres: un tomo entero, con pasta, forros y separador-tirita-de-tela. Flotaba a poco más de metro y medio del suelo y más de un viandante tuvo que agacharse para no ser golpeado por tamaña ingeniosidad. Nadie intentó agarrarlo. Ni yo, porque ya tengo dos tomos en la casa. Quien sabe si era de alguien o se escapó de alguna librería rematadora de best sellers en la que se sentía fuera de contexto. Ya ves luego cómo se ponen los clásicos.


yo floté una vez, pero nadie me vio. Por eso no lo cuento, porque parece como si me estuviera esforzando por decir algo así muy impresionante, muy loco, muy acá. Pero es verdad que floté durante unos minutos sobre mi cama, una noche de 1998, a eso de once de la noche. No fue premeditado, ni resultado de algún ejercicio orientalista-mentalista, ni nada por el estilo. Yo sólo recuerdo haberme tirado a dormir y de repente abrí los ojos para darme cuenta de que el techo estaba a unos centímetros de mi naríz, y mi espalda a dos metros del suelo. No hice nada. De hecho me pareció normal el estar flotando. Creí que era un sueño, primero, y luego, cuando supe que no, me preocupé por lo que pudiera pensar mi padre al encontrarme así, gravitando plácidamente. Poco a poco fui cayendo en la cama y sintiendo una distención total en los huesos.

pensé: "estuvo bien", y dormí como un lirón.



¿has visto dormir alguna vez a un lirón?
yo no.
ni siquiera estoy muy seguro de lo que es un lirón.

¿es como un ratoncito? ¿o como un oso?


sí, bueno, acá flotan toreros y versos en su honor. y nubes muchas y hojas tantas.



pero la población en general no flota.



siempre hay charlatanes que aseguran lo contrario o estadísticas como hechas por un mago.
pero no es cierto eso de que somos una población flotante de millón y medio de personas.

¿te imaginas la cantidad de gasolina que ahorraríamos?

al gobierno eso no le conviene.


además, hay que tener bien plantados los pies y no estar pensando en distracciones tan burguesas.


domingo, diciembre 05, 2010

Burgués

Por la boca mueren el pez y el necio. Los necios son peces a los que se les sofríe lentamente en mantequilla. La matequilla es el caviar de las vacas. Las vacas son mujeres tetonas y estúpidas. Las tetonas estúpidas son muy buenas esposas y a las buenas esposas se les engaña con la comadre.
La comadre, por lo común, se llama Graciela.

Aprendí que al búnker se le escamotea desde dentro. Se necesita paciencia de Gandhi para continuar retando al imperio social y yo no soy hindú que sólo requiere semillas de girasol para vivir. Además, me gusta que el mundo sea como es: injusto, represor, temeroso y asesino; es decir, humano. Y al decir Humano, también digo ingenioso, loco, asombroso constructor de fantasías, insaciable soñador de belleza, accidente premeditado para que el universo pueda ser un vecindario ancestral. Y también digo: apocado, ignorante, vanidoso, hablador, traicionero, solitario, eyaculador precoz.

Me gusta que los buenos tengan cosas que ocultar y que los malos sean ejemplares padres de familia. Me gusta que los revolucionarios pierdan y los ateos vayan a misa. Me gusta que algo cambie para que todo siga igual.
Lo único que no me gusta es que las mejores mujeres las traigan los chaparros panzones con mucho dinero.

Hay que reírse, con ojos chiquitos y lengua seca. Hay que tirarse a ver cómo todo pasa y después volverse a tirar. Hay que tomar conciencia y hacer con ella una hoguera los días de frío polar.

Yo abogo por la mediocridad, por pasar como Juan por su casa, sin que nadie diga, sin que nadie apunte, sin que nadie voltee. No confundir, pero tampoco aclarar nada. No retar, pero ganar la partida. No interrumpir, simplemete retirarme cuando esté harto.
Que la mantis religiosa aparente ser una brizna de césped es lo que la hace peligrosa.
Aunque el único peligro real que represento es para conmigo.

Ningún sistema político-económico, ninguna revolución acaudillada, ni una sola de las filosofías salvan al hombre de seguir siendo hombre. El Papa caga igual que el asesino, el asesino sueña igual que el poeta, el poeta sana igual que la enfermera, la enfermera fuma igual que sus pacientes, los pacientes van desde el presidente hasta el señor que cayó de su bicicleta, sangrando igual que el cerdo, el perro o la gallina.

Me informan los genetistas que la diferencia entre un chimpancé y la nueva Miss Universo representa sólo el 2% de la información del ADN, y que ese porcentaje no se refiere a la cantidad sino al acomodo de los cromosomas. Es decir que no somos peludos y felices nomás porque nosotros tenemos una A donde ellos tienen una T.
Aunque es sabido que varios chimpacés son reconocidos estadistas.


Yo me hago pendejo discretamente. Mi capacidad de asombro disminuye o crece según como haya dormido anoche. Soy un truhán, soy un señor, laralála.
Desengañado, no deprimido. Deprimido, no desesperado. Desesperado, pero me sobra el tiempo. Dirán: “Este es un pinche burgués”. Contestaré: “Claro, y le voy al América”. (Los burgueses estamos en peligro de extinción y el mundo, se los aseguro, nos extrañará).

La Niña Rota



Este se llama así: El Cuento de la Niña Rota. La Niña Rota no existe hasta que escriba: se caía a cada tres metros y le gustaba el jazz ligero. Usaba vestidos rotos y sus costillas flotantes flotaban fuera de ella. Fffffff hacía el saxofón; Gggggg hacía la guitarra; Ssssss hacían los platillos; Mmmmm hacía la Niña Rota, encerrada en su recámara sin techo, chupando caramelos rosas. Luego aparecía el Hombre Negro. Este se llama así: La Niña Rota y El Hombre Negro. Ella acomodaba sus vísceras e intentaba emparejar los meniscos de sus rodillas. Él brincaba la barda de la recámara y, sin decirle nada, la penetraba sin escarceos, de prisa. La Niña Rota lo amaba; sus brazos dislocados intentaban siempre abrazarlo, retenerlo. Pero el Hombre Negro terminaba e inmediatamente volvía a brincar la barda, sin voltear a verla, riendo a carcajadas. Yo lo hago feliz, pensaba la Niña Rota mientras esperaba a que alguien comprara una de sus estampitas. Este se llama así: La Niña Rota y el Milagro de San Toribio. Vendía estampitas de santos oficiales, afuera de una iglesia. Atendía a los clientes tirada en el suelo, babeando. Un día llegó un señor tan encorvado y arrugado que parecía una ciruela podrida negándose a caer del árbol. Le compró una imagen de San Toribio y, pasito a pasito, tardó una hora en llegar al borde de la banqueta, a unos quince metros de distancia. Luego tardó una hora más en atravesar la calle. La Niña Rota lo vio todo desde su lugar en el suelo y ya nadie le compró nada. Regresó a su casa, cayéndose a cada tres metros, puso jazz ligero y esperó la llegada del Hombre Negro. Al otro día, un tipo de traje blanco, rubio, alto y guapo llegó a su puesto de estampitas, se agachó hasta donde ella estaba y le besó los labios. Gracias, dijo él, muchas gracias. Yo soy aquel viejo que ayer te compró una estampa de San Toribio. Camino a mi casa recé muchas veces la oración impresa, pidiéndole que me volviera joven otra vez. Me tardé toda la tarde en llegar y todavía seguí pidiendo acostado en la cama, prometiéndole que haría feliz a la persona más desgraciada que conociera. Hoy desperté así, rubio, alto y guapo. Salté de la cama y me puse a bailar. Desempolvé mi traje blanco y he venido contigo, la persona más desgraciada que conozco, para hacerte feliz. Dime ¿cómo puedo hacerlo? Vístete de negro, balbució la Niña Rota. Este se llama así: La Niña Rota instruye al joven rubio, alto y guapo, para que salte la barda de su cuarto sin techo y la penetre sin amor. Entonces llega el Hombre Negro y encuentra a ese otro Hombre Negro fornicando con su amada. Sí, ahora se da cuenta de que la ama. No soporta verla así, cartilaginosa, en los brazos de otro. Rrrrrr hacen sus venas; Kkkkk hacen sus huesos; Tttttt hace su cerebro; Dddddd hacen sus manos al estrangular al Hombre Negro que muere con el terror dibujado en su rostro joven, rubio, guapo. La Niña Rota recibe entonces un beso en cada uno de sus párpados y escucha al Hombre Negro decir te quiero, contigo soy feliz. La toma de los brazos y se guarda entre ellos. Ella suspira y sonríe mientras da gracias a San Toribio.

1993



1993. 
Miércoles. 3:15 p.m. R.E.M. Drive.
Smack, crack, bushwhacked.
Tie another one to the racks, baby.

Michael Stipe es llevado por cientos de manos
sobre cabezas adolescentes
a un blanco y negro atravesado
por latigazos de luz.
Sonríe, sonríen los rostros de su mar
-ola y peces al unísono-,
y de su voz sin boca, como un viento:
Hey kids, rock and roll.

Nobody tells you where to go, baby,
como un presagio apenas intuido
aquel miércoles de nada-por-hacer
en cama de los padres.
O tal vez fue un sábado que duró tantos otros
afuera y verde,
con ojos y labios y manos iguales
y cantos y vasos y vueltas sobre sí mismo,
mareado de respirar tanto, tan alto,
tan profundo, con el corazón
guardado en cajitas de casét, sangrante
y gozoso.

What if I ride? What if you walk?
What if you rock around the clock?

Tic: porque todo está siempre a punto de
Toc: saltar en el tren de alguien más.
Tic.
Toc.

Siempre a un paso del desastre.

Milnovecientosnoventaytres. Cuerpos-ventanas abiertas,
Cuerpos-macizos de rosas, Cuerpos-desastres naturales,
plenos y enfebrecidos, salvos de toda culpa, jóvenes,
con toda la muerte por delante, hacedores del escarlata,
Cuerpos-modelo-setentaytantos –ola y peces al unísono-,
con un pedacito de fama y medio balazo entre los ojos.




El Sebo (teoría y praxis de la Novela en tres minutos)

1



Tope. Vuelta. Tope. Estación Tus Ojos.

No mames. Imagínate comenzar tu Novela así: Tope. Vuelta. Tope. Estación Tus Ojos.

Jua jua jua jua…

Qué mamada.





2



Podía tocarse el hombro con las rodillas. Parado, es decir. Haciendo ejercicio tipo aerobics. Todavía podía hacerlo sin esforzarse en realidad. Pero ya no aguantaba tantas. Ahorita lo está haciendo nomás porque algo tiene que hacer. No puede Ser si no Hace.

En una novela, digo.





3



Lo más extraño era su rostro: muerto así como estaba, parecía a punto de decir algo. La forma en que sus labios se unían y apretaban hacia delante, los ojos entrecerrados, el cuello tenso y algo que sólo puede ser descrito como intención en toda la actitud del cuerpo tendido diagonalmente sobre el colchón, indicaba que murió en el justo momento de querer emitir una opinión. Y parece que estaba defendiendo lo indefendible, a punto de opinar una tontería. No. Una excusa. Eso. Lo más extraño era que parecía haber muerto en el justo momento de estar excusándose de algo de lo que, evidentemente, era culpable.

Pf.

No.





4



No sé. Un padre violento y una madre ausente. O que fue testigo de algo que lo traumó forever.

Parece que las soluciones siempre aparecen por casualidad.

Digamos que este es el capítulo prescindible.





5



Por fin aparece. Es un carácter bien definido. Coqueteándole al cliché, podríamos decir. Habrá que torcerlo, por supuesto. Es ahí donde está el arte

Pffffffffffffff





6



El auto simplemente paró. El tanque vacío la adelantó hasta un par de kilómetros de sus perseguidores. Ni siquiera peleó con el encendido del auto. Bajó, corrió y corrió y corrió. Durante todo el camino fue despidiendo el hedor nauseabundo del pánico, boqueando. No sé si rubia o con tacones o si cargaba algún maletín. O sí sabía algo que le interesara a quienes la seguían. Sólo sé eso, que la perseguían. Y que corría.





7




Úrsula.

Úrsula se quitó la pañoleta de flores amarillas para dejar ver los estragos en su cabellera. Sobre su frente cayó un mechón sedoso, pesado, de un negro que reflejaba la luz como sobre agua oscura; algo hermoso por sí mismo. Pero su efecto era terrible sobre la devastación de las partes superior y posterior del cráneo, en los que se levantaba una especie de humareda congelada en castaño; una pelusa imposible, que más parecía acumulación de polvo y filamentos, dejando visible al cuero rosáceo y diagramado por la lividez de cientos de minúsculas venas.

Giró lentamente, parada frente a la ventana, y todavía extendió un poco los brazos y sonrió, mostrando la magnitud del desastre de manera más amplia, levantando también un poco la barbilla y bajándola luego, para que el mechón fuera un péndulo, un animal fantástico, un ente maligno, un añadido fuera de toda lógica, mientras ella murmuraba una canción inventada en ese justo momento. Una canción más melancólica que alegre. Una tonada, a pesar de todo, familiar.

Se detuvo por fin y su sonrisa devino gesto.

Viéndola así, de frente, no podrías creerlo.





8




A Bobby le gustaban las malteadas de chocolate, los cigarrillos Lucky, los filetes término medio y las lociones agua marina. Papá y mamá le permitían todo. Llevó a vivir a la casa a un grupo de rebeldes igual que él, seis o siete, no recuerdo. Escuchaban rockabilly, rompían muebles, bailaban con mujeres invisibles y tomaban el auto de papá para ir a comprar un whisky barato que ponderaban como lo mejor. Bobby era el peor de todos. Su tatuaje en el hombro era un corazón con dos gotas escurriendo, atravesado por una flecha, con el nombre de su primera novia, Mabel, en letra manuscrita. El corazón representaba su definitivo rompimiento. Ahora Mabel era novia de uno de esos seis o siete, y también lo fue de algunos otros antes de Bobby. Una chica fácil. Pero Bobby se había enamorado de ella en realidad y ahora vagaba por el mundo recordándola. Él comenzaba, siempre, todas las peleas / Y era culpable, siempre, de todos los cargos. No era buen peleador. Ni su estatura o complexión eran atemorizantes. Ni siquiera se llamaba Bobby. Pero así era como le decían todos. Incluyendo a papá y mamá. Y él era el peor. Porque tenía roto el corazón.





9




- ¿Cómo podrías saberlo?
- Es fácil –respondió Luther, tocándole la cabeza cubierta con la pañoleta-, tienes las marcas de El Sebo.

Bobby sufrió un escalofrío al escucharlo. Se le oprimió el pecho, asfixiándose, y estuvo a punto de abrir la puerta del closet para ser descubierto. “¡Úrsula es el diablo!”, pensó, conteniendo apenas su gemido.





10




Devastación. La ciudad como un carbón extinguiéndose. Se escucha el crepitar, la caída o el viento cargado de veneno, todo envuelto en esa frecuencia baja, esa bolsa dura y rota que llaman silencio.





11




Bobby pensó que lo más extraño era su rostro: muerta así como estaba, parecía a punto de decir algo. La forma en que sus labios se unían y apretaban hacia delante, los ojos entrecerrados, el cuello tenso y algo que sólo puede ser descrito como intención en toda la actitud del cuerpo tendido diagonalmente sobre el colchón, indicaba que había muerto en el justo momento de querer hablar. Al parecer, una excusa. Eso. Lo más extraño era que parecía haber muerto en el justo momento de estar excusándose de algo de lo que, evidentemente, era culpable.



El rastro de nuestros días

A Edna.
























Camino al aeropuerto metí una mano bajo tu falda. El taxista debió de percatarse pues carraspeó tres o cuatro veces innecesariamente. Los cristales empañados, blancos de frío, hicieron del paisaje una larga serie de cuadros impresionistas. Hasta que salimos de la ciudad no pude dejar de pensar en la dicotomía existente entre las temperaturas del exterior y la de tu entrepierna. Un rato de esos en los que lo normal se descubre extraordinario.

- Dejé la llave junto al librito de Marx – rompiste el silencio y trazaste una diagonal en la ventanilla con tu dedo.
- ¿Cuál?
- El de Miseria de la Filosofía, a la entrada.
- No, cuál llave.
- La de la casa, ¿cuál otra?

Llevabas el vestido de lunares verdes, el pelo sujeto con liga gruesa, la cara lavada, los labios secos. Nunca me pareciste hermosa, pero me gustabas tanto. Estuve a punto de acobardarme, de decirte que no valía la pena, que regresáramos y comenzáramos todo de una vez. Triste, nervioso y repentinamente lúcido, todo aquello me abrumó hasta el punto del ahogo. No volvería a verte y aún así me fue difícil posar la mirada en tu rostro. Lo único que supe hacer fue frotar hasta percibir la humedad en la tela de las bragas; despedirme con la mano, como un amigo.

A medio kilómetro antes de llegar al aeropuerto, una caravana de cuatro camionetas cubiertas, negras de vidrios polarizados, escoltadas por otros cuatro motociclistas federales, hicieron al taxista reducir la velocidad. Uno de los oficiales le señaló rebasar por la izquierda y por un momento estuvimos a la par de la tercera camioneta de atrás hacia delante, en la que ondeaba una pequeña bandera a ambos lados del cofre. “Es el Presidente”, dijo el chofer, curioso. “Ha de ir también para allá”. Los rebasó cuando nos los indicaron y continuamos desechando posibilidades en silencio.

Cuando entramos al aeropuerto entendí que éramos instrumentos en manos de alguien más; voluntades fuera de la propia voluntad. Supe que me dijiste que ibas al baño no porque te escuchara sino porque te alejaste y te vi entrar. Me dirigí a la cafetería para no sentir que el edificio entero se me desplomaba encima. Pedí un americano del cual solamente bebí mi reflejo circular, absorto, náufrago de cada segundo. Era el fin.

Fue como una vibración la que provocó la caravana presidencial al llegar. El personal del aeropuerto se acicaló coreográficamente y un tufo a eficiencia emanó de los uniformes. La escolta rodeó la construcción y quedó oculta tras uno de sus muros. Volvió aparecer tras la cristalera, en los accesos hacia las pistas, cuando tú saliste del baño con el pelo suelto y un poco de bilé en los labios. La cámara y el gafete colgaban de tu cuello, listos para abordar. Por enésima vez aquella fotografía era tan injusta con tus facciones.

- ¿Todo está bien? – te pregunté.
- Sí, todo está bien, no te preocupes.
- Todavía podemos cambiar…
- No, es tarde para eso – cortaste.

Me pareciste inmensa de repente, absolutamente desconocida. Las largas noches de sudor, palabras y recelo; los cigarros humeantes de la carcajada, el vino y los domingos; las certezas derribadas y vueltas a levantar a base de saliva, papel, zapatos y silencio; el permanente sentimiento de cargar esas cosas que uno se traga de vez en diario, gramos corrosivos de duda y arrepentimiento… Todo eso huyó y se hizo nada frente a tu presencia, temblando de espanto.

Entonces me diste una sección doblada del periódico con algunas líneas remarcadas de amarillo.

- ¿Qué es? – pregunté viendo ya de lo que se trataba.
- Mi horóscopo.

Leí:

LEO. Esa oportunidad que tanto has deseado está por tocar a tu puerta. Mantente alerta y prepárate para un cambio radical en tu vida. Los beneficios serán a costa de grandes sacrificios y es necesaria toda tu entrega. Tu color, el verde. Tu número, el tres.

Sonreí sin alegría, recordando las ocasiones en que me burlé de ese otro lado tuyo tan contrario a tu afán de concreción; ese perfil fascinado ante la posibilidad de lo increíble. Tantas guerras encendidas en tu boca y esas otras nubes silenciosas y benévolas en tu mente. Y esas líneas, ahora, eran el colofón exacto para nuestros días.

- Sigo creyendo que los escribe la empleada de limpieza del periódico – dije, repitiendo el viejo chiste.
- Pues es muy buena – remataste con un gesto.

Te abracé como un autómata. Ni siquiera levantaste los brazos. Cuando me separé, nada cambió en tu mirada; los huecos de cañón que se habían formado desde nuestra salida, continuaban fríos y profundos. Ambos vimos al cortejo presidencial descender de los autos; un montón de trajes grises y distintas estaturas encaminándose al avión oficial. Siete en punto de la mañana.

- Me tengo que ir – rompiste en medio de aquel silencio artificial.
- Te quiero – acabé, presionándote un brazo.
- Yo también te quiero.
Entonces un último roce de labios, la mirada al suelo, el filo de los dedos, sus huellas.

Depositaste tu bolso sobre la banda y atravesaste el portal de seguridad. Apresuraste el paso hasta donde el grupo de periodistas asignados avanzaba en orden hacia la nave presidencial, tu cabello bamboleando sobre los hombros. Después de un breve careo con el oficial a cargo subiste despacio la escalinata. Fuiste la última. La escotilla se cerró detrás de ti.

Subí al primer piso, desde donde podía ver la maniobra completa de despegue, de pie frente al amanecer. La nave tardó minutos eternos en moverse y luego hizo todo sin interrupciones. Levantó el vuelo casi milagrosamente, como un proyectil perezoso. Un cielo sin nubes sostuvo todo aquello tranquilamente. En tierra quedaron los motociclistas, las camionetas, los empleados, yo.

Dejé de respirar hasta que el instinto hizo llevarme la mano a la nariz. Así me quedé un rato, viendo hacerse cada vez más chico al avión. Luego cerré los ojos y aspiré profundamente el rastro de tu sexo.

Como lo planeado, hiciste clic a las siete y treinta en punto. El avión explotó y se quedó así, estático, como una roseta de humo denso. La gente en tierra no supo qué cara era la que se debía poner ante aquel espectáculo siniestro. Aspiré nuevamente. Estaba sucediendo al fin y yo aún te llevaba entre los dedos.

Violentales




Una mujer sale de su oficina luego de un pesado día de trabajo. Sube a su auto, harta y fatigada, enciende el motor, arranca y abandona el estacionamiento. Al tomar la calle, casi es impactada por una camioneta negra, grande, de cristales polarizados. La trompa de ésta queda a unos centímetros del auto, y entre el claxonazo y el sobresalto, la mujer expulsa un poco de orina. Ha frenado por instinto, pero está en un punto ciego. Se le ha olvidado lo que debe hacer.

El claxon no deja de golpear, furioso, y la camioneta amenaza acelerando a fondo. La mujer no puede darse cuenta de nada. Se le han reventado los tímpanos y no escucha el estruendo de la máquina sino el escándalo del silencio. No sabe que son las cuatro de la tarde, ni recuerda que hay dos niños esperándola en casa. Rígida, sostiene el volante con una tensión que le hincha las venas de las sienes y hace que su mandíbula rechine a punto de quiebre. Hay gente que se ha detenido a ver qué es lo que pasa, tan inútiles como los postes. Los bocinazos se han hecho uno solo, largo, desesperado.

Entonces la camioneta arranca, golpea de lleno al auto, lo arrastra calle arriba, destrozándolo, hasta chocar contra un muro en la esquina. La gente reacciona, grita, se lleva las manos a la boca. Tres hombres corren hacia el auto de la mujer para intentar sacarla con vida, pero pronto se enteran de que es inútil; en la ventanilla estrellada hay mechones de cabello, pedazos de cráneo, sesos. Otro grupo avanza hacia la camioneta, dispuestos a hacer pagar al culpable; manotean contra los cristales, patean la carrocería, escupen, maldicen. Cuando logran abrir la puerta quedan petrificados. Dentro está una mujer agonizando, sangrando, con un balazo en el vientre.





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Un niño entra sigilosamente al cuarto en penumbras de sus padres. Después de largos días, su madre ha salido al fin a la terraza para recibir a una pareja amiga de la familia. Su padre se encuentra trabajando y la sirvienta atiende a las visitas. Sabe que en la habitación sólo respiran él y su hermano recién nacido: junto a la cama hay una cuna de velos blancos, y dentro de ella, una criatura de manos diminutas y piel blanca, acostada bocabajo, con la cabecita hacia un lado, profundamente dormida. En la habitación flota una mezcla de aromas a vómito, talco y leche tibia. El sol no ha entrado ahí en al menos doce días y todo invita al sueño. El niño se acerca al pequeño círculo de luz roja del radio-comunicador, toma el aparato, lo apaga delicadamente, y luego se dirige a la cuna. Después de un rato de estar observándolo fijamente, sin parpadear, el niño aprieta la nariz del crío con una mano y con la otra le tapa la boca. La reacción es inmediata y la torpeza es mucha: un alarido espantoso escapa del inocente y el niño, aterrado, presiona de tal forma que le rompe el cuello a la criatura. Un ligerísimo crac y luego el silencio.

El infante comprende lo que ha hecho. Escucha gritar a su madre llamando a la sirvienta. No tardarán en llegar. Al niño se le revuelve el estómago de pavor y comienza a respirar entrecortadamente. Lo verán si sale por la puerta. Instintivamente, atina a esconderse bajo la cama, mordiéndose los puños, aspirando el polvo viejo de la alfombra, luchando por llorar, sin lograrlo. Lo único que quiere es desaparecer.
Ve los pies de la sirvienta entrando a la habitación, y casi pegados a ellos, los de su madre y los invitados. Hay una serie de balbuceos y luego otro grito horrendo. Un momento de confusión y la cama se resiente con el cuerpo de su madre que llora y se revuelca desde un dolor inmenso. Los pies van de un lado al otro, dando voces, pegándose. El niño experimenta el ansia de los acorralados; lo van a matar. Siente que la cama le cae encima y un calor intenso le ablanda el vientre. No soportará más tiempo, y ahí una mano hiriente lo toma del tobillo, sacándolo de un tirón de su escondite. El niño comienza a llorar.






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Una mujer sale de su oficina luego de un pesado día de trabajo. Sube a su auto, harta y fatigada, enciende el motor, arranca y abandona el estacionamiento. Al tomar la calle, casi es impactada por una camioneta negra, grande, de cristales polarizados. La trompa de ésta queda a unos centímetros del auto, y entre el claxonazo y el sobresalto, la mujer expulsa un poco de orina. Ha frenado por instinto, pero está en un punto ciego. Se le ha olvidado lo que debe hacer.

El claxon no deja de golpear, furioso, y la camioneta amenaza acelerando a fondo. La mujer no puede darse cuenta de nada. Se le han reventado los tímpanos y no escucha el estruendo de la máquina sino el escándalo del silencio. No sabe que son las cuatro de la tarde, ni recuerda que hay dos niños esperándola en casa. Rígida, sostiene el volante con una tensión que le hincha las venas de las sienes y hace que su mandíbula rechine a punto de quiebre. Hay gente que se ha detenido a ver qué es lo que pasa, tan inútiles como los postes. Los bocinazos se han hecho uno solo, largo, desesperado.

Entonces la camioneta arranca, golpea de lleno al auto, lo arrastra calle arriba, destrozándolo, hasta chocar contra un muro en la esquina. La gente reacciona, grita, se lleva las manos a la boca. Tres hombres corren hacia el auto de la mujer para intentar sacarla con vida, pero pronto se enteran de que es inútil; en la ventanilla estrellada hay mechones de cabello, pedazos de cráneo, sesos. Otro grupo avanza hacia la camioneta, dispuestos a hacer pagar al culpable; manotean contra los cristales, patean la carrocería, escupen, maldicen. Cuando logran abrir la puerta quedan petrificados. Dentro está una mujer agonizando, sangrando, con un balazo en el vientre.





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Camino a su casa, un borracho es sorprendido por los alaridos de una mujer. Pasa de la medianoche y la vereda está en descampado, a medio kilómetro del pueblo. El hombre lleva la mano a su machete, alerta. Su ebriedad ha menguado de pronto. Sabe que por ahí no vive nadie, que nadie pasa a esas horas, que nada bueno ocurre.
Una nueva serie de gritos. La mujer suplica, pide piedad a alguien más. Hay sonidos de hojarasca, de pies que se arrastran, de forcejeo. El hombre deja de dudar y se interna con dirección al ruido, fuera del camino. Cede al impulso hasta divisar una arboleda seca en la que distingue a dos cuerpos en lucha: una mujer está doblada, bocabajo sobre el suelo, vencida por el peso de un tipo robusto sentado sobre ella; él está bufando y la violación es inminente. El hombre del machete quiere largarse de ahí y algo no lo deja. Los espasmos de la mujer se han vuelto casi inaudibles, lejanos. Su atacante se agacha y pareciera que le dice cosas al oído; luego le da un manotazo brutal en la cabeza. Se incorpora, gira el cuerpo de la mujer, le rompe la botonadura de los pantalones, y en su desesperación por quitárselos, aún la arrastra algunos metros. Vuelve a echarse sobre ella. Hay un gemido agudo, roedor, y algunas vocales agónicas. El violador embiste rápido, jode, gruñe, golpea y termina todo en un momento de silencio perfecto. Su ignorado espectador tiembla, le observa mientras se reincorpora, se sacude el polvo de las manos, busca y encuentra un sombrero, le dice algo ininteligible a la mujer y luego se adentra en la arboleda. Un minuto después se encienden los faros de un automóvil, arranca un motor, del lado opuesto a la vereda. Hacia allá avanza, convirtiéndose en un haz de polvo. El hombre se apresura entonces y encuentra una joven con el rostro hinchado, rota sobre el pastizal, quien parece verlo desde las rendijas abultadas en que se han convertido sus ojos. Él voltea hacia todos lados, temblando todavía. Se deshace por fin del machete y toma a la muchacha por debajo, acomodándola sobre un cúmulo de hojas; se hinca, afloja sus pantalones y, después de varios intentos, la penetra.

The man i love



We
hunt your mom in Tlaquepaque!
Eso es lo primero que se lee en la página porno de internet que abro a las 2:21 de la madrugada. Tlaquepaque es un municipio cercano a Guadalajara. La página Horny Moms está hecha (producida, diseñada, registrada, grabada y actuada) por un par de gringos. Mi mamá no vive en Tlaquepaque, y estoy seguro que hace muchos años que no visita ese lugar.

Aparece la primera serie de fotos.

NADIA, se lee debajo de la imagen de una rubia treintañera bajándose los calzones. Esta no es la de Tlaquepaque. Tiene cara de californiana hija de inmigrantes alemanes y un par de nalgas capaces de dar abrigo a las Naciones Unidas. Mike (así se llama el hunter) queda inmortalizado lamiéndole la raya interminable. ¿Este pendejo es el que anda cogiéndose a las mamás de mis paisanos de Tlaquepaque?

HEATHER, con rúbrica carmesí debajo de otra rubia de tetas asoleadas, color crema de cacahuate en las redondeces y blanca como leche en las marcas del bikini. En Tlaquepaque no hay playa. Puede que haya balnearios; pero las señoras no usan bikini: se meten al agua con el pudor de una monja bigotona. Esto no lo puedo afirmar, pero si conocen Tlaquepaque, con lo último que lo relacionaría sería con un bikini. Mike y Rob (el otro pinche gringo) le llegan uno por delante y otro por detrás.

SANDRA, y Sandra nos muestra que no hay como las morenas para tener cuerpos deliciosos a los cuarenta. Esto me hace recordar a la mamá de Enrique. Señora a quien, a los doce años, le dediqué varias de mis primeras puñetas. A su mamá y a su hermana. Ninguna de las dos habita en Tlaquepaque. A su hermana la vi hace poco y se puso gorda. A su mamá la vi antier y sigue igual de buena. Sandra tiene el dese de Mike en su desa y le está haciendo eso. ¿Por se permite el paso a estos cabrones gringos hijos de puta que sólo vienen a pervertir las costumbres de los mexicanos con pocas oportunidades de progreso? Lo bueno es que Sandra es (según lo que leo) nacida en New York.

MICHELLE. Creo que hay una Michelle en todas y cada una de las páginas porno. Desde lolitas hasta grannys, latinas o cantonesas, una Michelle estará esperando por ti. La de ahora es el tipo de mujer que me tuerce de ganas: bajita, de piernas carnosas, nalgas abundantes, un poquito de panza, tetas del tamaño de un puño y rostro cínico. ¡Ah, maldita Michelle!, mira cómo me pusiste. ¡Mira nomás qué buena estás! Esta foto con piernas abiertas y el calzoncito rojo transparente lo suficientemente desacomodado como para ver el inicio del mundo, se merece que me vaya abriendo el cierre... Pinche Rob, hazte a la verga. No quiero pendejadas de cum shots. Quiero a Michelle tocándose solita pa mi solito. Pero ve nomás que cosas tan sabrosas cargas, putita. ¿Cuántos hijos tienes? ¿Cómo te decían de niña? ¿Y cómo es él? ¿A qué dedica el tiempo libre? Estoy seguro que no eres de Tlaquepaque, mamasota...



***

Lo afirmo: caer dormido diariamente a las cuatro de la madrugada es factor preponderante en la nula realización de actividades que tengan algo que ver con las horas soleadas. Uno se despierta a mediodía y la gente está en plena ebullición laboral estudiantil, avanzando, avanzando, avanzando, construyendo y destruyendo, preguntando y contestando, barriendo pisos o ciudades en Medio Oriente... No. En Medio Oriente es de noche. Así se siente uno cuando despierta: como Bagdad iluminada por las bombas.


***

La televisión sirve para dos cosas: para despertar y para dormir. Me gustan los programas de concursos. A las 13:00 comienza el de Atenea, morena de mis calores, reina de mis hormonas, dueña de mis puñetas vespertinas, hija de Zeus y Tongolele, madre de las secciones “Imitando a Juan Gabriel” y “La próxima top model”, yegua zaina pa montar volcanes, diosa madre del subconsciente paleolítico, a ti rogamos los desamparados hijos de Eva, tirados al fondo de esta cama sin sábanas.

- Buenas tardes – dice, entrando en la recámara, una nueva empleada doméstica. El pantalón de mezclilla ajustado me deja saber que tiene piernas gruesas y trasero aceptable.
- Buenas – respondo.

Con escoba en mano, ella comienza a barrer debajo de los muebles. Se tiene que inclinar para alcanzar las partes más escondidas y es entonces cuando toda duda queda anulada: tiene un culo estupendo.

La recámara en donde estoy tirado es la de mis padres. Mis padres trabajan arduamente. Forman parte de ese exterior apresurado y espoleado por las manecillas. Benditos sean. Sin ellos yo no podría estar ahora plácidamente acostado frente a un televisor y viendo de reojo a la empleada que barre el polvo debajo de la cama.

Siempre que llega a la casa una nueva doméstica con cualidades anatómicas relevantes, me acuerdo de Lola, la hermana de mi nana. Fue Lola con quien me acosté por vez primera. Y lo hice durante tres años. Cogimos en mi recámara, en la de mis padres, en la sala, en el jardín, en la azotea. Lola tenía tipo de mujer oriental y latina. Empezó a celarme y no me pasaba llamadas de amigas o novias. Se hacía del rogar cuando yo, borracho y ganoso, regresaba de alguna fiesta, y una vez me cacheteó por dejar en claro que yo sólo quería coger con ella. Me di cuenta de que lo que buscaba era embarazarse. Seguramente pensaba que yo me haría cargo de su vida. Dos veces fueron las que me vine dentro de ella sin condón y los meses siguientes fueron para mi un martirio. ¿Qué haría yo con un hijo a los 19 años de edad? Nada. Que abortara. O si tanto lo quería, que se lo quedara ella. Ni modo que me casara con la gata de la casa. Lola despareció un día y después supe que había ido a trabajar a los Estados Unidos. Sé que tiene un hijo. Pero ya hice mis cuentas y la edad del niño me libera de toda sospecha.
- ¿Quiere que le cierre a la puerta? – me pregunta la nueva empleada, dispuesta a salir.
- No, así déjala; para que circule el aire.
Desde la puerta abierta la puedo ver trapeando el mármol del pasillo. Y sin mover nada más que los ojos, también puedo ver a Atenea y su fantástico cuerpo de pródigas voluptuosidades.

Se acerca la hora de comer.


***

Estrella, la cocinera, ha aprendido a preparar platillos tan buenos como los de mi mamá. Mi padre y yo comemos en práctico silencio. Mi madre tardará en llegar una hora más. Ella es empleada, él es patrón. Ella quería ser monja y él quería ser futbolista. Tuvieron dos hijos: Elena y José. Elena está casada y tiene dos hijos: Lucas y Mateo. José, pues soy yo.
- Ayer ganaron las Chivas – dice mi padre, rompiendo el silencio a medio plato de sopa.
- Sí, lo vi en las noticias.
El silencio retoma su sitio. Mi padre se ve viejo a contraluz. Cansado. Guardo esa polaroid mental antes de ponerle sal a una tortilla. Volteo a ver por enésima vez el cuadro del bodegón y como siempre me parece horrible. Estrella aparece justo en el momento de la última cucharada y me trae un plato con cordero, ensalada y papa al horno.
- ¿Cómo quedó el marcador? – le preguntó sabiendo que fue de 5 a 3.
- Cinco a tres.
- Ah, caray. ¿Cinco a tres? Muchos goles para un partido en estos tiempos.
- Están en pre-temporada.
- Cierto, se me había olvidado.
A esta edad aun no sé qué sentir por mi padre. Sin duda es la persona que más he odiado. Y triste fue el día en que me di cuenta de que yo tenía todos y cada uno de los defectos que alguna vez le recriminé. Con el extra de los míos propios. Ahora es un tipo al que conozco de tiempo atrás con el que he llegado a una silenciosa resignación: él nunca fue lo que quise y yo nunca seré lo que quiso él. Y ninguno dirá nada.
- Pásame la sal – dice.
Y con el salero volvemos a cerrar el trato.


***

Antes de meterme a bañar, pongo un LP del King Cole Trio. Los primeros compases de “The Man I Love” me encuentran frente al espejo. Un perro amarillo con barba de dos semanas. Me encuentro otra cana. El piano juega un poco. Ojeras. Hace años que no pateo un balón, tomo una raqueta o pedaleo cuesta bajo, señala mi flacidez. Una papada que no debería estar ahí. La cicatriz en la ceja. Entra la guitarra. Me busco los bíceps pero nomás no los encuentro. Curiosa pancita. Quince pelos en el pezón derecho y once más en el izquierdo. Cara de loco, decía Gabriela. Cuerpo desagradecido, dice mi madre. Que cagado estoy, digo yo. Ojos de ojal y cara de pedo embotellado, decía mi abuela. ¿De qué te envaneces, imbécil?, pregunta el espejo. El contrabajo marca el ritmo para entrar a la regadera. Flaco y desproporcionado, el agua se enreda por mis huesos.


***

Me vuelve a ocurrir: después de bañarme me dan ganas de cagar. Ah, tarado, ¿cuándo aprenderé?


***

Salgo de mi cuarto como el perro amarillo más limpio del vecindario. Mi madre da clases de catecismo en la sala a un par de niños. Muchas generaciones han pasado por mi casa para escuchar a mi madre decir: “Dios Nuestro Señor mandó a su hijo queridísimo para enseñarnos el camino de la purificación y otorgarnos el perdón de los pecados”. Voy al cuarto de servicio en busca de unos calcetines. El pasillo de la cocina hacia allá me enseña un pedazo rectangular de cielo azul espeso. Entro y veo la cama en la que Lola sabía moverse tan bien. Escucho el sonido de la lavadora funcionando. Ahí está la nueva empleada colgando ropa en el tendedero. Le sonrío. Como todas, parece un poco apenada. Paso junto a ella mirándole las nalgas. Sí, un culo muy bonito. Es cuestión de esperar unos días, de no mostrarme tan descaradamente libinidoso, y estoy seguro que esa cama volverá a regalarme orgasmos.

- ¿Cómo te llamas?
- Francisca.
- Hola Francisca, yo soy José.
Baja los ojos y sonríe.
- ¿Te vas a quedar a dormir?
- No –responde-, salgo a las 6:00.
Bueno, habrá que cambiar la estrategia.
- ¿Vives muy lejos?
- Por Constitución.
- Ah, vaya.
Encuentro los calcetines que buscaba. Francisca se anima:
- ¿Le gusta esta música? – dice apuntando a la grabadora que deja escapar una canción de Selena. Odio esa música, pero respondo:
- Sí... es decir, no compraría uno de sus discos, pero la soporto bastante bien.
- A mí no me gusta – dice.
- ¿Y qué haces escuchándola?
- Es que también ponen raeggeton.
- Ah, te gusta bailar de a perrito.
Se ríe.
Tiene un rostro extraño. Los ojos son color aceituna, la nariz pequeña. Pero la boca, es decir los labios parecieran ser una difuminada raya visible solamente por el bilé fiucsa que los colorea. Eso arruina lo que sería un bello rostro.
- ¿A qué lugar te gusta ir a bailar? – le pregunto tocándola con manos invisibles.
- Hay muchos lugares: El Gruexo, El Coyote Cojo, La Jiribilla.
Tomo nota mental. Aunque nunca iré a ninguno de estos sitios. Francisca es lo suficientemente apetecible y yo tendré que ingeniármelas para aprovechar sus horarios. No sé por qué, pero algo me dice que cederá. Porque ya me ha pasado que no quieren. Una hasta me amenazó a las tres de la madrugada: “Si no te vas voy empezar a gritar”. Ella tenía quince años y yo ventitrés.
Me voy del cuarto de servicio con los calcetines puestos y el pito parado.
- Bueno Francisca, a ver qué día me enseñas a bailar.
- Si ¿verdad?... Oye.
- Dime.
- No me gusta que me digan Francisca.
- ¿Entonces cómo?
- Francis – y sonríe

Mi madre continúa enseñando que: “Los diez mandamientos fueron dados por Dios a Moisés para que todos conociéramos su santa voluntad y nos portáramos bien”. Entro a mi habitación, pongo Rhapsody in Blue y lleno de yerba la pipa. Fumo.


***

Veo en la televisión un reality show gringo. Después veo un reportaje sobre nanotecnología. Luego veo caricaturas. Luego siento que ya no ando tan marihuano y bajo a mi recámara para fumar más.


***

A las 7:00 tengo hambre criminal. Nadie más que yo está en la casa. Bajo a la cocina y abro el refrigerador. Primero como unas rebanadas de jamón, luego doy un trago grande al galón de leche, encuentro dos tamales de pollo y los meto al microondas, mientras se calientan, encuentro papas fritas y agarro un recipiente con fruta, me la como y luego voy sobre los tamales. Me los como y parto un buen pedazo de pastel tresleches para llevármelo a mi cuarto.


***

La ventana de mi recámara da a la calle. Escucho tres golpecitos en el cristal y reconozco a Mancini.
- Quihubole, cabrón.
Él trae un paquete con cervezas.

Mancini no se llama Mancini sino Luis. Pero Luis tenía la costumbre de hacerse pasar por argentino en los bares y le decía a las viejas que se llamaba Mancini. Le funcionó el truquito varias veces. Las mujeres le creían porque no tiene el tipo mexicano moreno-chaparro sino que es rubio-alto y narizón. Dejó de hacerle al che porque cuando se ponía pedo le daba por decir cosas como “Pinches perros hijos de su chingada madre” en vez de “Pelotudos hinchabolas” y despertaba muchas sospechas. Además, según dice, odia a los argentinos.
- ¿De dónde vienes?
- De la escuela.
Mancini es maestro de inglés.
- ¿Cómo está Tania? – le pregunto por su esposa.
- Bien, ahí anda. A la que me cogí anoche fue a Esther.
Esther es su novia.
- ¿A dónde fueron?
- Primero a tomar una chelas. Luego a La Mansión.
La Mansión es un motel.
- ¿Y qué tal?
- Uuuuyyy, cabrón. Ya me estoy enamorando.
Mancini siempre se enamora.
- No la vayas a volver a cagar.
- No, con lo de Gaby ya aprendí.
Gaby era otra novia a la que emabarazó. Ella tuvo al niño y ahora vive en otra ciudad. Luis tiene cuatro hijos: dos con Tania, uno con Gaby y otro con otra novia que, la última vez que lo vio, lo amenazó con un extinguidor. Buena forma de correr a un caliente. Mancini no tiene hijos.

Dos horas después compramos más cerveza y fumamos mota. Llegan a la casa Rojandro y Aledrigo, el par de hermanos cocainómanos. Jugamos dominó. Unos toman, otros fuman, otros inhalan. Todos contentos.
La noche suspira fría por la ventana. Mis padres han regresado y suben a su recámara. Nosotros escuchamos el White Album de los Beatles.
Me empiezo a sentir realmente drogado. Todo en paz.
- Ya no aguanto ese pinche trabajo de cagada que tengo – dice Rojandro con la boca chueca.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – dice Aledrigo con los ojos rojos.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con Esther – dice Mancini como recordando algo muy lejano.
- ¿Quién sigue? – pregunto con las fichas de dominó entre mis manos.
- Ya no aguanto ese pinche trabajo de cagada que tengo – dice Mancini golpeando la mesa con la ficha.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – digo yo con cara de vela apagada.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con Esther – dice Roajandro como si se la estuviera cogiendo ahí mismo.
- ¿Quién sigue? – pregunta Aledrigo poniéndole hielo a su cuba.
- Ya no aguanto ese trabajo de cagada que tengo – dice Esther aventándose otra vez por el balcón.
- Sigo enamorado de la perra que se fue con otro – dice el premio Nobel de física del año 1952.
- Uuuuuyyy, cabrón, yo ayer cogí con tu mamá – dice Mike desde la página que vuelvo a abrir a las 2:00 de la mañana.
- We hunt your mom in Tlaquepaque – dice justo debajo del rótulo de Horny Moms.


***

Buenas noches.

Matamoscas*

Ilustración: Zertuche Slecht Leven, Aguascalientes, Ags. México. 2012. Iba a sentarme a escribir pero me puse a matar moscas. No ...